Si los samuráis son conocidos por algo dentro de la cultura popular, es por su férreo código moral y por su fuerte sentido del honor. El fin nunca justifica los medios. El Bushido, el código samurái. Pero la realidad es algo distinta.
Imagen: Nitobe Inazo.
Si miramos los libros que normalmente se usan como guía de este sistema de valores, nos encontramos sobre todo con el Hagakure y el Bushido. El Hagakure lo escribió Yamamoto Tsunetomo entre los años 1709 y 1716. El Bushido lo escribió en 1900 Nitobe Inazo. Yamamoto Tsunetomo era un samurái que jamás pisó una guerra. Nitobe Inazo era descendiente de samuráis, y pasó gran parte de su vida fuera de Japón. El Hagakure pasó desapercibido casi dos siglos, siendo redescubierto en el siglo XX. El Bushido fue escrito directamente en inglés. Teniendo en cuenta que los samuráis hace unos mil años que aparecieron, estos códigos de conducta son muy recientes, el Bushido incluso fue escrito después de desaparecer los samuráis como clase social. El último conflicto armado en el que participaron los samuráis fue el sitio de Osaka en 1615, por lo que el Hagakure fue escrito tras casi cien años de paz. Es por eso, que la imagen que tenemos es la del samurái ocioso, la del samurái en tiempos de paz.
Imagen: Minamoto no Yoshitsune se enfrenta al monje guerrero Benkei, de Utagawa Kuniyoshi.
Pero ¿cómo se comportaba el samurái en los siglos anteriores, en los que estaba en guerra constante? Pues como cualquier otro guerrero, primando la supervivencia a cualquier otra cosa, ya sea el honor, la caballerosidad o el fair play. Por eso, si repasamos un poco la historia japonesa, nos encontramos con que Minamoto no Yoritomo, después de declararse vencedor de las guerras Genpei (1180-1185) y proclamarse shogun, mandó matar a sus hermanos Yoshitsune y Noriyori, que fueron claves para la victoria en la guerra, porque temía que le arrebataran el poder. También en las mismas guerras Genpei, en la batalla de Dan-no-Ura, uno de los generales del bando de los Taira traicionó a su señor y le atacó desde la retaguardia, propiciando la victoria de los Minamoto.
En el periodo Sengoku, la gran guerra civil japonesa del siglo XVI, Oda Nobunaga no tuvo ningún reparo en atacar monasterios budistas y arrasar con todo el que se encontrase en sus dominios, y tampoco le importó usar armas de fuego para imponerse a otros señores feudales o de convertirse al cristianismo para tener acceso a ellas, más que por convicción religiosa. También fue traicionado por uno de sus generales, Akechi Mitsuhide, que quemó el templo en el que se encontraba Nobunaga, obligándole a cometer seppuku antes de morir quemado.
También durante el intento de conquista de Corea que Toyotomi Hideyoshi llevó a cabo entre 1592 y 1598 el ejército samurái cometió auténticas atrocidades contra la población civil. Y en la batalla de Sekigahara en el 1600 un cambio de bando durante la misma batalla decantó el resultado para el bando de Tokugawa Ieyasu, que unos años después decapitaría al nieto de Toyotomi Hideyoshi, de solo siete años. Y podríamos seguir, pero creo que queda claro. En época de guerra, lo más importante es sobrevivir, es matar o morir.
Imagen: Mimizuka, monumento bajo el que hay enterradas las narices de los soldados coreanos mandadas a Japón como trofeo durante el intento de invasión de Corea.
Pero antes de terminar, quisiera destacar un ejemplo de honor que sí que entraría en la concepción que tenemos, y que nos servirá de excepción que confirma la regla. Es el caso de Uesugi Kenshin, gran rival de Takeda Shingen en el periodo Sengoku. Cuando Shingen murió, se dice que Kenshin lloró por la pérdida de un gran general, y declaró tres días de luto en su feudo, además de prohibir atacar al clan Takeda mientras se recuperaba de la pérdida de su señor. Todo un ejemplo de deportividad en tiempos de guerra.
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